Mis manos, en el anverso nunca han sido suaves
tú te atienes a las consecuencias, yo respiro hondo
en el fondo
yo también he tendido mis luciernagas a tí
las he hecho brillar como nunca, para tí
y todas juntas cubrían mi rostro
mientras yo lo aferraba todo con las manos, rigidas las palmas.
Por algunos tiempos nada fue mejor, el vacío era más que nada
los ojos llenos eran de olvido
de deseo de olvidar,
no había ni hay ahora ni habrá jamás el llanto que buscabamos
hay un abrazo y palmas secas, agua salada de ojos
y polvo, para no despertar.
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